CÁRCELES II


      “Que por mayo era, por mayo,/ cuando hace la calor,/ (…)sino yo, triste, cuitado,/ que vivo en esta prisión;/ que ni sé cuándo es de día/
ni cuándo las noches son,/ sino por una avecilla/ que me cantaba el albor./ Matómela un ballestero;/ déle Dios mal galardón”
. Este pequeño poema ha viajado en el tiempo y los hombres de cinco o más siglos han recitado las cuitas de este prisionero ignoto pero cuya voz lastimera ha quedado para siempre en la memoria de la cultura. La cárcel no es una institución que nuestra especie puede exhibir con orgullo, muestra nuestra cara menos tolerable; pero como dijimos en la columna anterior en el ámbito irrespirable de un pequeño cuartucho muchos escritores han sacado provecho de esa experiencia para la literatura.
“En la Cárcel de Reading, junto al pueblo/ de Reading, hay un hoyo de vergüenza/ en donde yace un hombre miserable/ comido por los dientes de las llamas/ y envuelto en una sábana de fuego./ Sin nombre está su tumba abandonada”, dice esta bella estrofa de la balada compuesta por Oscar Wilde sobre un prisionero que fue ejecutado mientras el escritor cumplía su condena por sodomía, luego de un proceso célebre que escandalizó a la sociedad victoriana. “De profundis” sí fue escrita en esa cárcel y es una larga epístola a su amante Alfred Douglas. Para André Gide, la obra es, además de una mezcla de teorías “bastante vanas y espaciosas, el sollozo de un herido que se debate”. La experiencia de la cárcel fue desde lo personal el fin del brillante Oscar Wilde, que a los cuarenta y seis años murió exiliado e indigente en París. Una de las frases que escribe en su larga carta puede aplicársele perfectamente: “Muchos al salir de la cárcel se la llevan consigo, la ocultan como una desdicha secreta y durante largo tiempo se arrastran para morir en una agujero, como pobres bestias envenenadas”.
Como al pasar recuerdo a Antonio Di Benedetto, el célebre autor de “Zama”, a quien la experiencia de las cárceles del proceso dejó una grieta tan honda en su humanidad que jamás pudo reponerse. Cuando lo conocí, un año antes de su muerte en 1986, Di Benedetto era una sombra.
François Villon reúne el ideal romántico de poeta y salteador de caminos, bandolero y trovador. Su obra aúna el desparpajo ante la sociedad y sus reglas y su talento literario. Por robo, asalto, homicidio son algunas de las entradas a la cárcel. En 1462 es arrestado y condenado a la horca. En la cárcel escribió su célebre Balada de los ahorcados: “Oh hermanos, que vivís después de nosotros,/no nos cerréis los corazones piadosos,/ pues, teniendo piedad de nuestras pobres almas,/ Dios la tendrá luego de vuestros ojos/ que aquí nos miran. Juntos estamos cinco o seis/ y la carne que alimentamos a demasiado costo/ está, después de mucho, roída y putrefacta,y nosotros, huesos, nos volvemos ceniza y polvo./ De nuestros males no se burle nadie:/¡y rogad a Dios que nos absuelva a todos”! Un año después de su arresto, su pena fue conmutada y se lo desterró. Nada se sabe de su suerte posterior.
Otro escritor que eludió la condena, pero tuvo varias entradas a prisión, fue William Burroughs, uno de los integrantes de la “generación beat”, quien al parecer alcoholizado colocó un vaso de tequila en la cabeza de su mujer y le disparó, el tiro no rompió el vaso pero sí el cráneo de su esposa. Muerte accidental, dijeron los jueces mexicanos.

“El beso de la mujer araña” es una de las obras más reconocidas de Manuel Puig. Toda la novela se desarrolla en la cárcel, en la que sus dos protagonistas de caracteres antagónicos, mediante la convivencia terminan influyéndose mutuamente.

Comentarios

Entradas populares