PERSISTENCIAS


      Hay una frase de Theodor Adorno (1903-1969) que es quizás injustamente más célebre que toda su importantísima obra. La frase tiene innumerables variantes pero te resumo la idea más o menos así: “ya no es posible escribir poesía después de Auschwitz porque es un acto de barbarie”. Hay libros enteros dedicados a la bendita frase que pone en tela de juicio no sólo la poesía sino la función general del arte ante el horror. Para algunos la idea de Adorno es desafortunada, marca un egocentrismo de clase que pretende clausurar el arte; para otros lo que el pensador judeo-alemán resalta es que ya no se puede hacer arte de la misma manera después de los campos de exterminio nazis.
      No conozco lo suficiente la obra de Adorno para hacer una disquisición filosófica sobre esta idea, eso sí, me interesa reflexionar sobre algunos aspectos que quedan boyando vaya a saber por qué regiones del cerebro luego de leerla una vez más.
Juan Gelman, el poeta argentino, que de horrores padecidos sabe y mucho, dijo algunas palabras con las que me identifico: “Para contestar [a la frase de Adorno] ahí está la poesía de Paul Celan. Yo pensé durante mucho tiempo que el error de Adorno era no haber dicho que, ‘después’ del horror de los campos de exterminio no era posible escribir poesía como ‘antes’. Ahora pienso que el error era el ‘después’, que estamos ‘durante’ Auschwitz. No ha habido un solo día sin guerra en el mundo. Y si en algún momento no ha habido genocidios violentos, ha habido el genocidio silencioso del hambre”.
Ahí está la clave del asunto, el porqué de esa idea adorniana que siempre tuvo un ronroneo inconformista, un ruido inarmónico allá en el fondo de la consciencia. Creo que la frase tiene una repercusión demasiado grande y que se puede explicar por ser quién es su autor y por provenir de la academia europea. No me gusta porque es demasiado eurocéntrica para un latinoamericano.
A lo largo de los siglos, sobre todo desde la llegada de Colón a nuestro continente, Europa ha sido el mayor centro de violencia “civilizatoria” del planeta. Esa violencia la ejerció sistemáticamente en África, Asia y América. Millones de indígenas fueron exterminados desde Tierra del Fuego a Alaska en un puñadito de siglos por europeos o sus descendientes; millones de negros fueron capturados, vendidos, esclavizados y muertos por hombres “civilizados”. Sin embargo no escuché nunca a ningún escritor americano o africano o asiático decir ante esos horrores que ya no era posible escribir poesía o cualquier género.
      La idea de la separación y el confinamiento de un grupo de personas con características comunes es tan vieja como la humanidad misma; un primer germen de los campos de concentración en los últimos tiempos es la  experiencia realizada a fines del siglo XIX por los españoles en Cuba. Allí se encerraba a los campesinos en pueblos que se transformaban en gigantescas prisiones para evitar que apoyaran al movimiento independentista. Estos campos de concentración sirvieron luego de modelo a los ingleses en Sudáfrica durante la guerra de los Bóers. Ambos tienen en común el hambre, el hacinamiento, las enfermedades contagiosas, la tortura y la muerte.
      Es decir Auschwitz no es una excepción sino casi una constante en la violenta historia europea. Lo que cambia con Auschwitz es que por primera vez las víctimas son también europeas y no como había sido siempre, extracontinentales; y cambian los métodos artesanales de exterminio por una sofisticación cuasi “industrial” del horror.

      Es posible escribir, pintar, esculpir, actuar, crear, siempre. Porque a pesar del infierno, el bicho humano se las ingenia para hacer con el estiércol el abono desde donde brotará la rosa.  

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