PENSIONES

      
       
Las pensiones son los reductos por naturaleza de los estudiantes que hemos salido de la casa solariega para seguir estudios en otras ciudades. También son la tabla de salvación de muchos obreros y empleados de sueldos débiles. En general son casas viejas, cuya arquitectura refleja la constitución de la gran familia de otro tiempo, en ella vivían los abuelos, los hijos y sus mujeres y los nietos. Cuando la vida familiar comenzó a tener otros parámetros, la casa transformó sus muchos cuartos familiares en sitios rentados. En general los dueños se reservan el cuarto principal y comparten con los pensionistas el comedor, la cocina y los sanitarios.
      Recuerdo algunas pensiones innobles por las que me moví en mi tiempo de universidad; especialmente una, cuya puerta de entrada a mi habitación no medía más del metro cincuenta y el techo apenas era un poco más alto. Mi renta incluía la cena en un comedor de mesa larga de madera, cubierta con un hule estridente y descolorido en el que se habían convocado todas las flores de los jardines. En esa mesa cenábamos varios pensionistas, cada uno ensimismado en sus propios silencios, acompañados por el sonido de un viejo televisor y el ruido de los cubiertos. Recuerdo especialmente dos comidas que me costó mucho digerir pero el hambre tiene cara de hereje, dice el refrán: el bife de hígado con cebolla y el frecuentísimo estofado de mondongo.
Por ese tiempo leía a Balzac y esta pensión me recordaba muchísimo a la de madame Vauquer en aquella novela inigualable llamada “Papá Goriot”. Por las dudas, aclaro, no me sentía Rastignac. La casa de madame Vauquer es el espacio central de la novela, más aun que París y aquí te dejo unas notas de aquel comedor muy parecido al lugar en que vivía: “Esta otra sala, estuvo antaño pintada de un color, indescifrable hogaño, que forma un fondo sobre el que la grasa ha imprimido sus capas, de modo que éstas dibujan sobre la madera extrañas figuras. Está provista de aparadores pringosos adosados a las paredes […] En una esquina hay una caja con casilleros numerados que sirve para guardar las servilletas sucias o vinosas de cada pensionista. Allí se encuentran esos muebles indestructibles, rechazados ya en todas partes, pero colocados aquí como los despojos de la civilización[…]una larga mesa cubierta por un hule bastante grasiento como para que un gracioso externo escriba en él su nombre, usando su dedo como pluma, sillas desvencijadas…”. Disculpa lector el abuso de la cita pero creo que lo ameritaba.
“La pensión” está ubicada en Hardwicke Street de Dublín y regenteada por la señora Mooney, en ese lugar se dan los encuentros furtivos de su hija Polly y uno de los pensionistas, el señor Bob Doran. Así lo imaginó su creador, James Joyce.

A Olmedo le clavaron un cuchillo en la espalda mientras dormía. Así lo encontró Isaías Bloom, un estudiante de medicina con el que compartía el cuarto en esa pensión. El ropero, las sillas y las camas gemelas, compradas en un remate. Un escritorio con libros de medicina y de química. Una alfombrita verde entre las dos camas, recortes de revistas pegados en las paredes. Hasta la muerte era ordinaria en esa pieza”. De esa investigación llevada a cabo en la pensión por el comisario y su amigo Suárez trata el cuento Las tres noches de Isaías Bloom” de Rodolfo Walsh. En las diferentes piezas el comisario interroga a los pensionistas que siguen su vida como si nada pasara, y es gracias a los sueños iluminadores de Bloom que se puede resolver el crimen. 

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