BURDELES Y LITERATURA II

En la columna anterior me dejé llevar por los recuerdos de la pandilla del barrio y nuestro diario frecuentar (por afuera) del burdel, ya que formaba parte de nuestra vecindad. El tiempo ha borrado tantas cosas, también lo ha hecho con una cicatriz que comenzaba en el esternón y terminaba casi en el ombligo. Su origen tiene que ver con el patio del burdel y unos árboles altos en las cercanías. Mi querido amigo Carlitos era el adelantado, en todo. Él descubrió que en las tardes calientes de enero las mujeres que andaban en el patio de la casona prescindían de la casi totalidad de sus ropas. Allá fuimos a treparnos a los árboles, así desde esa atalaya, a la manera de vigías, podríamos descubrir la desnudez misteriosa de los cuerpos. La aventura no duró mucho, nos faltó sigilo, en cada uno de los tres árboles había por lo menos cinco de nosotros, una de las mujeres nos descubrió y amenazó con buscar un revólver; nunca supe cómo bajé del árbol, pero me di cuenta—pasado el susto—de las consecuencias cuando mi remera adquirió un tono rojizo en la zona del abdomen.

Dejemos los recuerdos y volvamos de una buena vez a la literatura. Una figura muy afín a los burdeles, que tiene pleno florecimiento en el Medioevo es el personaje de la alcahueta. Seguramente viene a tu memoria la Trotaconventos de “El libro de buen amor” o bien la entendedera por antonomasia: La Celestina. Personajes que llevan y traen mensajes, conciertan citas, doblan por medio de sus artes las voluntades más rígidas, también son curanderas y muchas tenían en su casa algunas mujeres que les procuran una vida más holgada. Así Celestina recuerda los años de bonanza gracias a sus chicas y los personajes de su clientela: “…esta mesa, donde ahora están sentadas tus primas (Elicia y Areúsa), nueve mozas de tus días, que la mayor no pasaba de dieciocho y la menor de catorce.[…] Todas me obedecían, todas me honraban, de todas era acatada, ninguna salía de mi querer; lo que yo decía era lo bueno, a cada cual daba su cobro.[…]Mío era el provecho, suyo el afán. Pues servidores… Caballeros, viejos y mozos, abades de todas las dignidades, desde obispos hasta sacristanes”.

“La lozana andaluza”  es una novela picaresca dialogada, escrita a comienzos del siglo XVI, cuyo personaje principal es Aldonza una española instalada en Roma como cortesana, y que gracias a su oficio logra sobrevivir y adquirir fortuna, al par que nos muestra el mundo de la prostitución en esa ciudad.

El romanticismo y el naturalismo se complacieron, con fines bien diferentes, en bucear en la psicología de las damas de burdel y la crítica a los convencionalismos de la época. Quién no recuerda a Margarita Gautier la protagonista de “La dama de las camelias” de A. Dumas. El amor frustrado por una sociedad que no tolera que la cortesana y un joven de familia distinguida puedan ser felices. Como buen drama romántico hay renuncias por amor, desencuentros y reencuentros pero ya vanos por la enfermedad fatal de Margarita. El naturalismo también tomó el tema de la prostitución y buscó  exponer en sus personajes femeninos la degeneración del espíritu y del cuerpo. Figura paradigmática es Anne Copeau, Naná, la célebre muchacha que le da nombre a la novela de Zolá.  

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